Publicado originalmente en catalán en Crític el 16 febrero de 2017.
El congreso de Podemos termina con una ratificación del liderazgo y las propuestas de Pablo Iglesias. Muchos medios –que habían apostado públicamente por Íñigo Errejón– ya alertan de la próxima “radicalización” del partido. Lo cierto es que las dos propuestas mayoritarias parecían encarnar en sus caras más visibles un debate que se está dando en la “izquierda” española en cuanto a las tácticas –¿o son estrategias?– que se deben guiar el ámbito institucional. Pero no sólo aquí. En EEUU, muchos analistas culpan a Clinton y al aparato demócrata por apartar a Sanders, el candidato que parecía más capacitado para enfrentar a Trump por su capacidad de llegar a los más desafectos al sistema. Mientras que en Inglaterra, Corbyn ha conseguido movilizar a un sector nuevo de jóvenes y movimientos en el seno del Labour, que empujan hacia una radicalización del partido.
Valga esta comparación como un ejercicio discursivo, salvando las enormes distancias históricas y de contexto que pueden situar estos ejemplos en planos muy distintos –Podemos es un partido nuevo en un país inmerso en una crisis de régimen–. Sin embargo, hay retos compartidos. Por un lado, la misma crisis de legitimidad de la globalización neoliberal y sus consecuencias –que con la presente crisis económica alcanza también a los países centrales del capitalismo financiarizado–; y sobre todo, la crisis de la socialdemocracia incapaz de salvar los restos del estado de bienestar y de llegar a los de abajo básicamente con políticas simbólicas y de inclusión de las minorías (aborto, matrimonio homosexual, etc.). Las consecuencias: un repliegue xenófobo y de derechas que se está extendiendo por todo el mundo. ¿Cómo confrontarlo aquí y ahora con la herramienta Podemos? ¿Cómo se reinventa la izquierda institucional en un momento de crisis del sistema pero de debilidad de las movimientos sociales? ¿Buscando una alianza de las clases medias con los sectores más castigados para poder así gobernar el país? ¿O reconociendo que las victorias para las clases populares nunca son concesiones de los gobiernos si no se ven impulsadas o apoyadas desde la movilización social? ¿Tendiendo puentes con el stablisment o polarizando con él? Y sobre todo, ¿se puede empujar la crisis de régimen para llevar la situación más allá de la aparente calma?
Es cierto que la violenta confrontación mediática entre Iglesias y Errejón ha opacado estos debates programáticos de fondo, como también lo es que en la batalla, lo que estaba en juego era básicamente el control del aparato. Sin embargo, las diferencias existían, aunque solo sean la traducción discursiva de esas luchas de poder que también tienen importantes consecuencias para la manera en la que se construye un partido –su apertura, su grado de democracia interna, su capacidad de conectar con lo social–, es decir, para su utilidad como herramienta de transformación.
¿Diferencias tácticas o estratégicas?
Las diferencias graves entre ambos líderes empezaron con la repetición de elecciones generales entre el 20D y el 26J y la confluencia con IU que Errejón rechazaba. Así como con la gestión del intento fallido de formar gobierno con el PSOE. Es en este punto en el que Errejón parece discrepar más firmemente del que fue su compañero de luchas. Lo que decía en el documento político presentado es que Podemos tiene que dejar de quedar como “los enfants terribles de la política española”, que se ha de construir una alternativa de gobierno, aunque implique una alianza con el PSOE. Para ello tiene que dejar de confrontar con los socialistas y tender puentes. E incluso, aunque esto no lo diga en el documento, parece que Errejón estaba dispuesto a dar el gobierno a la alianza entre PSOE-C’s.
¿Son esas diferencias estratégicas o tácticas? ¿Profundas e irreconciliables o de coyuntura? El análisis subyacente de Errejón que se extrae del documento político presentado es que hay abierta una crisis “de régimen, no de Estado”. Por tanto, se puede inferir, que para un estudioso de las revoluciones constitucionalistas latinoamericanas –ciclo 1999-2009– la oportunidad no estaría aquí a la altura de una radical reordenación de Estado. Lo que queda, entonces, es gobernar; gobernar demostrando que se pueden lograr algunas conquistas. Todo ello sin cuestionar el marco institucional –que todavía considera esencialmente legítimo–, sino su uso.
En lo de que Podemos está destinado fundamentalmente a gobernar están de acuerdo ambos líderes. Así que el debate de fondo que se tendría que haber abordado es el de si Podemos ahora debería convertirse en una palanca destituyente o en un engranaje más de la máquina de representación. Si jugar el juego parlamentario hasta sus últimas consecuencias, o impugnarlo para llevarlo más allá. Sin embargo, Iglesias, aunque hable en su documento de “impulso constituyente”, o de la necesidad de encarar “reformas profundas en una dirección constituyente”, tampoco aborda la cuestión con claridad. Mientras que, por ejemplo, el documento de Podemos En Movimiento –liderado por Anticapitalistas– explicitaba la necesidad de estar preparados para un posible intento de reforma constitucional “cosmética” y proponía una alianza con sectores de movimiento para profundizar el desafío. Así como abordaba otro tema central como es la cuestión Europea, y qué significaría tratar de hacer políticas de avanzadas constreñidos por los dictados austeritarios como en el caso de Syria. Otro debate central que las candidaturas mayoritarias soslayaron.
Transversalidad, lucha de clases y estilo comunicativo
Estos debates estratégicos no se han abordado de frente, aunque sí el de la relación de Podemos con las movilizaciones, que explicaremos más adelante. Lo que ha se ha representado más los medios es el conflicto traducido en términos comunicativos: un estilo más o menos confrontativo, si usar o no referencias clásicas de izquierda o conceptos como “clase trabajadora”. Algo que en la nueva política estamos acostumbrados a oír con el nombre de “relato”. Da igual la verdad, si se puede dar con la narración adecuada.
De lo que se trataba para Errejón es de “no dar miedo”, de “atraer a los que faltan”, de “que la gente visualice a Podemos como opción de gobierno”. Las otras estrategias las descalificaba como «resistencialistas», orientadas solo a los «sectores más empobrecidos» o como de “izquierda clásica” ya que renuncian a la “transversalidad”. Aunque no lo explicite, aquí estamos hablando de cuál debería ser la estrategia de clase. Lo que dibuja en el fondo es un opción orientada a la clases medias –no las reales en términos económicos que esas son más bien escasas, sino a las idealizadas que hacen de estabilizador social, el núcleo del sistema representativo–, a las que habría que ganar para un pacto social más favorable a los de abajo. Esas clases medias que, como señala Isidro López –diputado por Podemos en la Asamblea de Madrid– se están descomponiendo rápidamente con la crisis. Es decir, lo que se propone a esas clases medias es volver a la situación anterior a la crisis, que ya no sería posible por cuestiones materiales. Esto formaría parte según López, de un estrategia “reactiva”, que impediría su conversión en un agente político y social nuevo. Es decir, haría operar a Podemos como tapón de la transformación.
Entonces, si las clases medias se están en descomposición, si no están articuladas por ningún proyecto viable de Estado a medio y largo plazo, ¿cómo saber cuáles son esos valores de clase media con los que se quiere conectar y articular en una alianza interclasista? No se puede. Lo único que es posible es parecerse a ellas, o más bien, a la representación que nos hacemos de ellas–: vestir bien –con camisas blancas, con vestidos formales–; hablar correctamente; no parecer violento o confrontativo –no ser “machirulo”, no nombar cosas como lo de la cal viva al PSOE; ser buenos chicos y chicas –pedir perdón al obispo por protestar con las tetas al aire en una iglesia–. Lo que diríamos que informa un estilo. No parecerse a Cañamero, entonces, ni a otros u otras que están en la lista de Iglesias –que todavía mantiene su coleta–.
Dibujado así parece un poco caricaturesco, pero estas cuestiones estaban presentes en la campaña y en Podemos desde sus inicios. En las discusiones por cuál debería ser la música de Podemos, en la forma de llevar adelante las campañas electorales, o incluso el diseño de los carteles. Pero también están vinculadas a cuestiones más importantes como la meritocracia dentro de la organización. Si eres de clase media, si eres universitario, tienes más posibilidades de estar en la dirección aunque tengas nula experiencia política. ¿Meritocracia o igualitarismo? Iglesias lo resumía en dos frases en su discurso del sábado en Vistalegre: “No nos podemos parecer a ellos ni en los andares” y “ser transversal es parecerse al pueblo y no al PSOE o a Ciudadanos”.
¿El cambio político una cuestión de relato?
En cualquier caso, y aunque pudiésemos dibujar perfiles perfectos de conjuntos de preferencias de los votantes de varias clases sociales y hacerlos coincidir en una propuesta, la política transformadora no es una cuestión de laboratorios discursivos. Lo que obvia esta concepción son todos los problemas duros de la política: de composición con los sectores sociales organizados, o incluso de tensiones también con ellos; de pluralidad interna y creación de organización; o incluso de movilización y vinculación con aquellos segmentos sociales más precarizados a los que se dice representar.
Respecto a la relación con los movimientos y las luchas había diferencias importantes. Hay que decir que aquí la cuestión ha ganado cierta hegemonía respecto al primer Vistalegre, donde se despreciaba incluso la propia militancia. Hoy, la propuesta de Anticapitalistas lo ponía en el centro de la construcción del partido, como antes, e Iglesias reconocía la necesidad de construir un “bloque popular”, donde los políticos “sigan siendo militantes” o “activistas institucionales”. Parece que lo que se dice es que ahora toca un Podemos a pie de calle, e incluso se incide en la necesidad de “contrapoderes”. “Debemos estar en todos y cada uno de los conflictos sociales y escuchar a los movimientos”, se dice en los documentos ganadores. Sin embargo, falta ver si se conseguirá superar el viejo modelo de encabezar manifestaciones para hacerse la foto en todas ellas.
Porque presentar alternativas a la derecha xenófoba –de la que nadie puede asegurar que estemos vacunados para siempre– y evitar la guerra de pobres contra pobres tiene más que ver con conjunción virtuosa de alianzas sociales amplias, movilizaciones y reconstrucción de lazo social que con acertar con la forma comunicativa correcta; más con los contrapoderes sociales que se sea capaz de articular que con las camisas blancas y las caras de buenos chicos, con la identificación con el líder o el papel de cuantos diputados-militantes. El problema no es representar a los de abajo, sino ser también los de abajo. Y esto ahora no está asegurado con la victoria de Iglesias.
Los resultados del congreso refuerzan la propuesta que alertaba de un riesgo de “institucionalización”, pero legitiman al tiempo un método vertical y plebiscitario de dirección –recogido en la propuesta organizativa ganadora– que es una barrera para la transformación de la «máquina de guerra electoral» en movimiento popular. Los contrapoderes sociales por su propia naturaleza casan mal con cualquier construcción partidaria, máxime si esta es extremadamente jerárquica. En el primer Vistalegre se hablaba de la posibilidad de un partido–movimiento, construido de abajo arriba, donde la estrategia vendría desde las bases y que serviría efectivamente, para frenar la institucionalización; y para detener la casi inevitable identificación a medio plazo entre los intereses de “clase” de los nuevos políticos y los viejos. Sin embargo, hoy ya podemos decir que en el modelo de partido que se ha ido dibujando desde el primer Vistalegre aleja definitivamente esa posibilidad.