Hoy amanecí con la noticia de que el gobierno hará pagar a la gente que genere electricidad para el autoconsumo con placas solares o molinos de viento. Hace unos días hablaba de cómo en Bolivia, tras la privatización, intentaron impedir que la gente recogiese el agua de lluvia para su uso.
Esta deriva nuestra se asemeja cada vez más a la situación latinoamericana que se produjo durante los 80 y 90 tras la «crisis de la deuda» y que el Fondo Monetario Internacional y otros organismos financieros internacionales aprovecharon para imponer el tipo de medidas económicas que se se están aplicando aquí y que se demostró sobradamente que no funcionan. Estas recetas de corte neoliberal sólo generaron hambre, empobrecimiento, ruptura del tejido productivo y social y retornaron a esos países a la vía de la especialización en producción de materias primas para los países desarrollados mientras las multinacionales se adueñaban de los sectores rentables de la economía.
Todo esto sumado a la corrupción llevó a la total deslegitimación del sistema político. Sí, el muro de Berlín había caído y con sus pedazos intentaron sepultar cualquier vestigio de utopía. Pero la historia no se había acabado. La situación se convirtió en una grieta, en una oportunidad que dio lugar a las «revoluciones» latinoamericanas. Con resultados muy distintos en cada país, estas revoluciones fueron una respuesta a la exclusión de enormes capas de la población de la promesa de inclusión a través del consumo. La consecuencia fue una fuerte reacción popular que incluía desde construcción de alternativas hasta movilizaciones sociales o disturbios que posibilitaron la emergencia de estos excluidos a la política después de décadas de ausencia de las instituciones de la democracia representativa y de la esfera pública mediática.
Con todas las diferencias que separan al viejo mundo de ese otro latinoamericano, creo que estamos haciendo derivas parecidas. Eso me deja una esperanza: un oportunidad se está abriendo. Lo que queda por escribir es cómo se producirá. Es poco probable -aunque no imposible- que surgan líderes de carácter «populista». Y no digo ésto como algo totalmente negativo, es la forma específica que tomó el momento político de carácter «insurreccional» en algunos de esos países. En parte, porque se había dejado de pensar en una alternativa, en un modelo posible que sustituyese lo existente.
Lo que queda, quizás, aunque sea difícil, es seguir imaginando nuevas posibilidades para la organización política y social que queremos. Y esto no es incompatible con construir legitimidad, experiencia común, lazo social y alternativas concretas como hace la PAH, los grupos de acompañamiento como Yo sí Sanidad Universal, los centros sociales, las asambleas de barrio y tantas y tantas experiencias que necesitamos para construir eso que será la alternativa a lo que hay hoy.
Para seguir pensando estas cuestiones, si estáis por Barcelona el martes podéis pasaros por la Editorial Virus a discutir el libro de Traficantes de Sueños: «Hipótesis Democracia, quince tesis para una revolución anunciada». Estará su autor, Emmanuel Rodríguez, y otros compañeros de Barcelona como Marcelo Expósito, Rubén Martínez y Alcira Padín.
Aquí un interesante texto sobre la coyuntura actual de Madrilonia: Rajoy cae, la democracia no ha llegado todavía.