Noche de verano en la Plaza Pedró. Compañeras de la PAH están sentadas en sillas delante del nuevo edificio inaugurado por la Obra Social para realojar a deshauciados: hay que dar visibilidad y hablar con el barrio de por qué tomar casas. ¿Seremos normales viendo anormal que haya casas vacías y gente en la calle? Parece que no. Muchos se acercan a decirnos que a ellos les gustaría hacerlo pero no saben cómo. Todo se aprende, pienso.
Las sillas dan una imagen como de calle antigua perteneciente a una Barcelona que ya fue.
En un par de horas vemos a varias personas llenar garrafas y garrafas en la fuente de la plaza. La fuente quiere recordar que Santa Eulalia fue crucificada ahí –dice la leyenda– por protestar contra la represión de los cristianos.
Primero unos niños llenan botellas mientras juegan con globos de agua y nos mojan. Luego un señor que lleva todo un armario encima: seis gorros y sombreros en la cabeza, capas y capas de ropa una sobre otra. La última, una bata inmensa blanca, le da un aire de cebolla animada. Esto es El Raval.
Después aparecen unos marroquíes con un carrito. Están llenando unas quince garrafas de cinco litros cada una. Me dicen que lo hacen para ahorrar en la factura del agua. Me dicen que no entienden por qué pagar si hay agua aquí que sale del grifo.
Esta mañana, me despertaré con la noticia de que pagamos cuatro veces lo que vale producir la energía que consumimos. Y ayer una señora me decía que no tenía para pagarla: pagar o comer, era la disyuntiva. Comer a oscuras o ver bien el plato vacío.
Me acuerdo de la Guerra del Agua boliviana. A principios del 2.000 en Cochabamba se privatizó el servicio: el agua llegó a costar más del doble que antes. La gestión era de multinacionales. Dicen que en algunos lugares los municipios llegaron a prohibir a la gente que recogiese el agua de la lluvia. La revuelta estalló. Un chico murió en la represión de las protestas que se extendieron a varios lugares del país vinculándose con otras demandas. En el entierro del chico, alguien ascendió al balcón para proclamar la victoria del movimiento social frente a una muchedumbre agotada. Hubo lágrimas de alegría. La ley que permitía la privatización fue derogada. Ese fue el principio de la revolución ciudadana que llevó a la victoria de Evo Morales y al proceso constituyente boliviano.
Ayer la gente protestaba contra Rajoy en la Delegación del Gobierno. Todas esas cosas se vinculan en mi cabeza y me dan una esperanza. Quizás la verdadera democracia sí sea posible. Quizás estamos más cerca que nunca de lograrlo.