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Publicado en Madrilonia

10-11/07/2013

Estaba en la puerta del Banco Popular en Las Ramblas de Barcelona pensando si entrar. Eran como las 12 de la noche. Los mossos estaban en camino para desalojar a un grupo de la PAH que ocupaba la oficina desde las 10 de la mañana.

No sé por qué me lo pensaba tanto. Bueno, en parte sí. Los mossos me dan miedo. Esos tipos grandísimos, vestidos de negro con la cara tapada, forrados de protecciones, armados, que rehúsan llevar identificación: dan miedo. En parte para eso se visten así. El golpe visual llega primero. Hay que hacer un esfuerzo para recordar que ahí dentro hay una persona.

Después de identificar el miedo, uno tiene que pensar en las consecuencias, un futuro juicio quizás o una posible detención –aunque con la legitimidad que tiene la PAH es poco probable, serían demasiado tontos como para proyectar así nuestras luchas–.

Entonces, estaban las consecuencias, estaba el miedo.

Miré dentro de la oficina: vi a una viejita como de 70 años cantando y para colmo, me sonrió. Me dieron ganas como de abrazarla. Me moría de la vergüenza. Ella estaba ahí sabiendo lo mismo que yo: que venían los mossos.

–¡Sí se puede! ¡Sí se puede! –gritamos.

Y ahí está la magia. Había señoras abanicándose, abuelos, jovencitas, mezcla de colores de piel, camisetas verdes, una chica con pañuelo en la cabeza, otro en silla de ruedas. No parecían tener miedo. Quizás lo tenían o sólo estaban nerviosos, no sé, pero estaban juntos, se sabían vinculados por un camino común. El grito es como un mantra que nos libera de muchas cosas. Activa algo dentro: una fuerza, una emoción que te hace pensar que eres capaz de todo. Claro, es que juntos podemos. Así, si hay un juicio, una multa; si los afectados tienen que enfrentar el acoso del banco; las amenazas; un desalojo; una vida interrumpida por una deuda; parece posible no quebrarse. Detrás, también hay una organización, una saber hacer –legal, comunicativo, afectivo– que sostiene todos esos vínculos y compromisos que hacen posible la lucha. El objetivo común no sólo se cree o se aprende, se va construyendo día a día entre todos. Entonces, es totalmente nuestro, está en nuestro cuerpo como nuestro cuerpo, en la acción.

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Los objetivos generales los sabemos. Es un programa de mínimos: dación en pago retroactiva, moratoria sobre todos los deshaucios, alquiler social. Pero ayer estaba José Antonio, había una vida en juego. Estábamos aquí por él, porque los que comparten con José Antonio las asambleas y el trabajo cotidiano de la PAH han vinculado también un poco sus destinos con los de él, con los de todos. Entonces, uno ya no se pregunta si tiene miedo, hay otras emociones por encima. Uno siente que está donde tiene que estar y que no hay otro lugar posible. Por eso busqué un sitio entre mis amigos que estaban sentados cerca de la puerta y vi llegar a los mossos mientras gritábamos:

–¡Qué pasa, qué pasa, que no tenemos casa!

Éramos como unas cien personas entre las que estábamos sentadas en el suelo y otras –las más mayores– en sillas. José Antonio estaba rodeado de gente. Alguien le abrazaba. Una amiga de la PAH me dirá después que está preocupada por él, que lo está pasando mal. Y también que es muy sensible, lo que le hace muy buen compañero. Aquí simplemente se nota que la gente le quiere. Coreamos su nombre.

La ocupación del banco había empezado temprano –se notaba en las caras de cansancio– y se hacía para pedir la dación en pago de la vivienda habitual de José Antonio –que la propiedad se acepte a cambio de la deuda–. La deuda era de 390.000 euros hace cinco años y después de pagar 100.000 todavía debe 590.000. Las matemáticas bancarias son cosa de magia negra. En este caso, la hipoteca era multidivisa, es decir, que la deuda se contrae en yenes y está sujeta a las fluctuaciones de esa moneda. Una hipoteca de alto riesgo que –como en el caso de las preferentes y otros productos financieros complejos– se ofrecía a los clientes sin informales de los riesgos reales. Auténticos timos legalizados en una lógica que arma un mundo a medida de los intereses de los bancos y de su poder. ¿Acaso los mismos partidos políticos no tienen deudas gigantes con ellos? El PP debe a día de hoy casi 78 millones de euros. Una buena parte de esto, al mismo Banco Popular, quien ha financiado el 85% de los gastos electorales del partido. En este momento de la historia, tiras de cualquier hilo y queda a la vista más que nunca el entramado de intereses político-financieros. También –porque lo estamos pasando mal–  duele más que nunca.

Quedé sentada cerca de la puerta pegada a la silla de ruedas de un señor. Me imaginaba la imagen de los mossos empujándolo fuera del banco. A ellos tampoco les debió gustar la idea, así que lo dejaron para el final y lo sacarán cuando termine todo y no queden periodistas. La guerra de la PAH también es una guerra de posiciones simbólicas que en principio parece que tiene ganada. Incluso en los momentos de criminalización más aguda, cuando se produjeron los escraches para presionar por la aprobación de la Iniciativa Legislativa Popular, el sentido común cotidiano estaba con nosotros. En la calle la gente nos aplaudía. La batalla es simbólica pero se gana en muchos terrenos, también se necesitan logros concretos para impulsarla, porque hay vidas en juego. A día de hoy la PAH ha conseguido parar 725 deshaucios y su Obra Social ha realojado a 626 personas. Pero también son muchas daciones en pago conseguidas tras duras negociaciones, a veces con medidas de presión con ocupaciones como esta.

–¡Gent sense casa i casa sense gent! ¡No s’enten! –coreábamos en ese momento.

Me puse a twittear para que pasase el estrés. Y seguía twitteando cuando se empezaron a llevar a la gente a mi alrededor. El streaming –donde se podía seguir en directo el desalojo– llegó a ser visto por más de 3.300 personas, un número mayor que muchos programas de la tele.

–Este desalojo va a ser pacífico –anunció un mosso con la cara tapada.

Era uno de los 185 que desplazaron para sacarnos.

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Nos llevaron de uno en uno como en una especie de goteo. Cuanto más les costaba arrastrarte más daño te hacían. Algunos salieron con golpes o morados. En la puerta, antes de salir, te identificaban. Hay una denuncia, no sabemos todavía donde nos llevará esto.

En Las Ramblas, algunas turistas sacaban fotos y nos miraban preocupadas.

Cuando salieron todos ya eran más de la una de la madrugada. Alguien con un megáfono dijo:

–Sois lo mejor que me ha pasado en la vida.

El restó gritó:

–Hoy nos vamos, mañana volveremos.

***

Disclaimer: Aunque el texto está en primera persona yo no formo parte de las asambleas de la PAH, sólo apoyo ocasionalmente. Así que su contenido es de mi exclusiva responsabilidad. Pido disculpas por la licencia literaria.

 

 Desalojo en directo, Ahora en diferido.

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