Vivimos en un momento-paréntesis entre el 15M y lo que vendrá.

Hay muchas preguntas revoloteando como pájaros, girando alrededor de nuestras cabezas. Cabezas pensantes, cabezas interrogantes pegadas a cuerpos que circulan de un lado a otro buscando esas respuestas en la ciudad. Ciudad quebrada. Ciudad resquebrajada, escenario de este paréntesis, de este momento hecho por personas que circulan, se reúnen, piensan.

Alguien habla de oportunidad histórica, de esa Historia que se hace con momentos como éstos, con gente como ésta.

Ha pasado menos de un año desde que regresé después de vivir varios años fuera. El 15M lo vi por la tele, como quien dice. Y lo viví por las redes sociales y las conversaciones trasatlánticas. Al volver: me esperaba el momento. Parece una tontería, pero hay que recapitular, y tratar de recordar lo que había antes del momento, antes del 15M. O tratar de recordar, quizás, lo que no había:

No había conversaciones sobre política en la cola de la panadería.
No había señores, no había señoras, hablando de reformar la constitución.
No había nada que acordar entre mis padres y yo respecto a quién votar, pero tampoco sobre el voto mismo, la democracia y su significado.
No había, sabíamos, pero no había la evidencia tan clara, de la corrupción, de la podredumbre, de lo profunda, asentada y constitutiva de la forma de organización política que tenemos que esa podredumbre es.
No había una generación en el vacío mirando destinos en el mapa para salir de aquí.
No había una sombra de duda sobre la conveniencia de hipotecarse, o de rentabilizar tus ahorros a través de la vivienda. Claro que tampoco había desahucios en la tele, ni gente parándolos. Un desahucio era natural. Como dijo Brecht, así como era natural que el trigo creciese bajo en terrenos pedregosos. Pero aquellos hombres probaron distintos tipos de trigo hasta que consiguieron uno que también crecía en terrenos pedregosos. Era natural, pero dejó de serlo. Como era natural que la gente que no podía pagar el alquiler –o la hipoteca– fuera echada de sus casas.

No había tanta, había, pero no tanta, desigualdad. Ni era tan insultante (aunque quizás debería haberlo sido.) Ni gente en mi barrio buscando metales en la basura diariamente, bancos de alimentos para la gente con hambre, dudas de si desaparecerá la sanidad pública, de si perderemos las pensiones. Y también ninguna –ninguna– duda de a dónde está yendo ese dinero que ya no está ni estará en nuestros bolsillos.

Así que este es el momento.

El momento de que tantas cosas dejen de ser naturales.