Escrito junto con Pablo Carmona, publicado en Ctxt el 24/05/2020

Con las manifestaciones del sábado Vox culminó su particular fase de escalada en la calle contra el Gobierno, al menos de momento. Una agitación callejera que nos recordaba a aquellas movilizaciones de los peones negros del 2006 contra Zapatero en la línea neocon de aprovechar las muertes y la situación de alarma para generar discursos muy cargados contra el gobierno y poner a punto a sus fieles. Solo que entonces Vox –ese sector ultra– estaba dentro del PP y hoy tenemos que pensar a dónde apuntan las protestas y si pueden sacar rédito político de ellas. No importa aquí si nos parece una irresponsabilidad o si creemos que no es el momento de protestar. No se trata de hacer valoraciones morales, sino de analizar qué calado puede tener este modelo de movilización y si les abre o no algún tipo de oportunidad política.

Lo cierto es que en este contexto la derecha y la extrema derecha son los que con más fuerza han tomado la iniciativa en defensa del derecho de manifestación para tratar de capitalizar el malestar con el confinamiento. Para entender esta apuesta, no deberíamos poner el foco solo en las movilizaciones de los barrios pijos de Madrid, esta es solo una de las muchas avanzadillas que tienen estos sectores para proyectarse. Se trata de que esta agitación mediática y espectacular que alimenta un medio ambiente político morboso –aquel sobre el que ha crecido Vox– es su principal vía de polarización y proyección mediática.

La estrategia de Vox se articula como un ejercicio de anticipación, sabiendo que la crisis social abrirá un enorme campo a la crítica al Gobierno

De nuevo se explora el viejo paradigma neocon, construir una opción política fuera y a la contra del sentido común aparentemente mayoritario, que parece alineado con el confinamiento e incluso con la deriva punitivista del estado de alarma –su millón de multas y sus más de 8.000 detenciones–. Sin embargo, después de casi dos meses de encierro, el ambiente parece haberse polarizado. El último sondeo de Metroscopia –realizado el 9 y 10 mayo, después de conocerse el plan de desescalada– señala que un 50% aprobaba este plan frente a un 48% que se consideraba crítico. La cuestión es qué pasa con ese descontento y hacia dónde puede ir.

Sin duda la estrategia de Vox se articula como un ejercicio de anticipación, sabiendo que la crisis social que se avecina abrirá un enorme campo a la crítica antigubernamental y a las demandas sociales más diversas. Pero ahí el partido de ultraderecha solo ha dado el primer paso en dirección a abrirse un hueco mediático propio; le resta su principal reto: encontrarse con un sujeto amplio y diverso que respalde sus posiciones. Las caceroladas han sido por el momento su gran apuesta, pero que las imágenes que han producido sean palos de golf, pelos engominados y vestidos caros en el barrio de Salamanca impiden que por ahora pueda trascender más allá, demasiado folklore. Este claro límite es el que han intentado superar apostando por las concentraciones en Vallecas, Alcorcón o Moratalaz. Por ahora los movimientos sociales de esos barrios y la propia realidad sociológica de los mismos han demostrado que sus bases en las zonas populares siguen estancadas.

Sin embargo, no debemos dar la cuestión por cerrada, sobre todo si tenemos en cuenta que Vox en los últimos tiempos ha lanzado algo audaz: un espacio de experimentación política que trata de aunar las posiciones políticas y parlamentarias con el intento de materializar esas posiciones a nivel callejero. Por este motivo debemos preguntarnos ¿qué oportunidades podría tener este nuevo laboratorio derechista en la nueva fase de crisis?

La respuesta sería más fácil si pudiésemos identificar a todos los críticos con el confinamiento con votantes de derechas “irresponsables”, pero para algunos sectores esto puede que no se cumpla. En la misma encuesta de Metroscopia se diferenciaban varios grupos en relación a su afinidad con un ritmo más rápido o más lento de desescalada. Los temerosos –un 22%– eran sobre todo mujeres con familiares a su cargo que pertenecen a grupos de riesgo, ancianos y parados, y los prudentes –el 24%– eran mayoritariamente gente con empleo y posibilidad de teletrabajar –y que votan izquierda–. Entre los grupos que menos miedo tenían al contagio, hay un segmento importante de votantes de derecha, pero también un 16% de personas caracterizadas más que por su opción ideológica por trabajar de forma presencial y estar muy preocupados por la situación económica.

La potencia y el peligro de la ultraderecha no reside en los pocos que se manifiestan en los barrios pijos. Está en los sectores golpeados por la crisis

Podemos decir que en este momento el segundo factor que más incertidumbre causa en esta crisis después del coronavirus es la situación laboral y los ingresos que se perciben. De manera creciente la crisis económica influye en la percepción del malestar por el confinamiento o, más bien, con sus consecuencias sobre la economía. Al fin y al cabo, y como demuestra esta encuesta realizada en Madrid, las mayores caídas en los ingresos se dan en los hogares que ya tenían rentas más bajas antes de la crisis y que no han tenido opción de teletrabajar. Sí han teletrabajado de manera mayoritaria los hogares más acomodados que, a mayor nivel de renta, menos han visto descender sus ingresos por el encierro –solo 1 de cada 10 hogares en el tramo de mayor renta han perdido recursos y, sin embargo, la mitad de los que ingresan mil euros y la totalidad de los que ingresan 500 o menos los han visto descender de forma importante –.

Es evidente que las protestas de Vox se enmarcan en el proyecto de liderar el malestar social que se pueda dar con la crisis económica que avanza –por eso han coqueteado con las imágenes del 15-M durante su aniversario–. Por tanto, su potencia y su peligro no residirían en los pocos que se han manifestado en los barrios pijos y áreas suburbiales con canchas de pádel, sino en sectores dañados por la crisis y que encuentran en la gestión del Gobierno su principal culpable.

Este es el experimento al que también se ha sumado la presidenta madrileña Díaz Ayuso. Su intento de capitanear las preocupaciones económicas de muchos por la situación económica de Madrid tiene la intención de conectar con esos sentires que ya se preocupan más por salvarse económicamente que por cumplir las normas de confinamiento. Sectores como los de la hostelería, donde habrá un desempleo de 900.000 personas en los próximos meses, el de los comerciantes, microempresas y pymes que también se encuentra sin duda al borde del colapso. A día de hoy esta afirmación puede sonar rocambolesca, pero lo cierto es que la posibilidad de quedarse en casa y teletrabajar conlleva un profundo sesgo de clase que crecerá cuanto más profundas sean las consecuencias de esta crisis.

¿Puede suponer la crisis una oportunidad para la derecha?De nuevo Madrid, en su permanente carrera por experimentar nuevos modelos de derecha con el PP y Vox como fuerzas centrales, será crucial. Su marco ya está lanzado y en movimiento, Vox pretende capitanear, orientar y ordenar a parte de los sectores sociales que más rápidamente están viendo deterioradas sus condiciones de vida, otra cosa es que lo consiga –le faltan cuadros y un perfil menos neoliberal–. La lucha está servida; existe la posibilidad de que Vox se dedique a agitar pero los frutos los recoja el PP, el verdadero partido de estado en una situación de crisis.

La disyuntiva entre vida y economía

El Gobierno no se cansa de repetir que no hay contradicción entre salud y economía pero la única manera en que esto sea cierto es que las medidas gubernamentales supongan una apuesta valiente y radical por sacar a la gente del hoyo, medidas que hasta el momento están siendo tímidas, sobre todo para muchos sectores ya excluidos –véase el Ingreso Mínimo Vital o los préstamos para pagar el alquiler–. Por ahora los nuevos Pactos de la Moncloa toman la forma del consenso sobre el confinamiento y el volver a un Estado plenipotenciario, pero ni rastro de políticas a medio y largo plazo que anticipen y frenen la crisis social que se avecina. El escenario es sencillo, si las medidas del Gobierno no funcionan es probable que muchas personas acaben fuera de los consensos del confinamiento y el Estado bueno que todo lo hace por nuestro bien.

Por ahora, sabemos que la crisis que se avecina será profunda. Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo, ha advertido que la situación económica de España puede acabar siendo la más grave desde el final de la Guerra Civil. Para enfrentarla, será necesario ir pensando en recuperar la capacidad de movilización social que incline la balanza de las medidas económicas hacia el lado social para cortar así el hilo que inconscientemente está vinculando la toma de la calle con la oposición al Gobierno. Urge, pues, ir pensando en reinventar la práctica de la protesta en este nuevo escenario –con todas las precauciones sanitarias– y salir a la calle para recuperar la esfera pública en términos no de resentimiento social como pretende la ultraderecha, sino de afirmación política de los de abajo. Sobre todo en un panorama de incertidumbre donde no podemos saber cuánto durará la pandemia. La nueva normalidad va a implicar también ataques a nuestros derechos y el sostenimiento de las luchas por la redistribución que no pueden detenerse. Algo que en realidad ya está sucediendo en todo el Estado, como muestran las concentraciones en los hospitales por la sanidad pública. Si hay desahucios –como está sucediendo ya– habrá que ir a pararlos. Si nos hacen trabajar y cuidar a nuestros hijos e hijas, no pueden pretender que no luchemos por nuestras condiciones laborales o exijamos una renta básica. Si nos intentan imponer recortes, no quedará otra que defendernos. En realidad, esta es la única manera de enfrentarse con efectividad a Vox, recuperar la calle con demandas materiales para no dejar espacio a sus maniobras que quieren ocupar el espacio y los sentidos comunes sociales.