Manolo Finish
8M Madrid: Manolo Finish

Publicado originalmente en Ctxt.

Millones de mujeres hemos salido a la calle en España en los últimos años, hemos conectado con aquella consigna de “lo personal es político” con las posibilidades del presente. Así, hemos tomado las redes con nuestras historias. #Cuéntalo. Hemos hecho huelga y pensado con otras sobre aquello que llamamos cuidados o reproducción social y cómo configura nuestras vidas, las atraviesa, las hiere. Hemos pintado pancartas, ido a asambleas, charlas, nos hemos dado de la mano. En la Babelia de los medios han florecido las secciones de feminismo, o feminismos, según. La Política, con P mayúscula, ha aspirado el perfume de una revuelta que, bien manejada, puede dar votos. Esa Política cuyas fuentes, ideas, espíritu, tiene que mantener vivo lo social en otra parte que no son los parlamentos. Hoy, después de estos años de revuelta, tenemos la intuición de que estamos atravesando una encrucijada. ¿Cuáles son los principales retos del movimiento feminista –de base–? Aquí unas pinceladas para la discusión en temas es los que, es evidente, se necesita profundizar con mucho más esmero.

1.Vox: deslindar batallas. 

En este tiempo de nuestra potencia a emergido un enemigo frontal, uno que no quiere navegar los consensos, ni manejarlos, sino romperlos. Así hace Vox con la violencia machista y ahora con la educación afectivo sexual y el veto parental. Esta forma de imponer una polarización radical sobre cuestiones morales supone un auténtico freno porque en muchas de estas cuestiones necesitamos avanzar y la amenaza nos pone a la defensiva.

¿Tenemos que discutir públicamente si hay o no denuncias falsas o proponer una mejora de la ley –por ejemplo, para que no solo se aplique en el ámbito de la pareja–? En el caso del veto parental, ¿acaso no estamos a la cola de Europa en educación sexo-afectiva con una escuela pública en franco retroceso y una concertada cuya existencia habría que replantearse? Sin embargo, si básicamente discutimos de quién son los niños les dejamos diseñar el terreno de batalla y opacar nuestras propias prioridades más allá del campo de los valores. (Y hay que reconocer aquí una dificultad porque esta contienda de valores tiene efectos materiales: en el miedo de los profesores, en los padres que se ven legitimados para enfrentarse a las escuelas…)

El principal cometido de las guerras culturales de la derecha es que tienen capacidad de definir las agendas y de manejar la iniciativa social a su antojo. También sirven para movilizar a sus bases y agitar la arena social. Parece claro que a partir de ahora se enseñorearán de la vida pública. Un escenario funcional al gobierno de izquierdas que puede sumarse al juego de espejos y dedicarse toda la legislatura a operar en este terreno sin necesidad de impulsar cambios sustantivos. Por poco que haga, parecerá mucho si la guerra es sin cuartel. Necesitamos pues un feminismo con iniciativa propia, que tenga claro que hay que pasar a la ofensiva y seguir arañando conquistas.

2.Contra un feminismo reaccionario 

Las guerras culturales no son el único freno para un movimiento con capacidad de actuación, potencia y autonomía. Desde hace un tiempo, parece como si la polarización social y las claves comunicativas y subjetivas que producen la crisis de representación y la emergencia de la extrema derecha se hubiese trasladado al feminismo. Se da a través de sus propias guerras culturales sobre los derechos de las trans y su pertenencia o no al feminismo o mediante la batalla frontal alrededor de la prostitución donde se producen también violentos ataques a las propias trabajadoras sexuales y sus organizaciones a las que se pretende expulsar del debate público y de los espacios de coordinación del movimiento –de algunas asambleas del 8M por ejemplo–. Hostilidad, agresiones verbales, personas increpadas en asambleas e incluso en movilizaciones han situado una nube negra sobre el movimiento por culpa de un tipo de feminismo esencialista que pretende imponer su verdad con métodos agresivos.

En este marco de misiones morales, resulta más difícil sostener la alegría de encontrarse con otras y de aprender y trabajar juntas que ha impregnado las movilizaciones de los últimos años. La tonalidad de confrontación es además, una forma de expulsar a gente de estos espacios. Lo que nos jugamos por ejemplo son las asambleas del 8M –donde se planifican las movilizaciones masivas– porque hay gente que quiere imponer tomas de posición sobre temas sobre los que es imposible un consenso. Las formas violentas además, hacen imposible cualquier tipo de debate sereno donde sentar unas bases mínimas sobre temas esenciales –por ejemplo, sobre cómo luchar contra la trata–. A pesar de ello hay muchísimas feministas bregándose en estos espacios para seguir peleando por un movimiento del que valga la pena formar parte.

Estos últimos años hemos conseguido que el feminismo hablase a toda la sociedad a partir del posicionamiento de un conflicto de alcance universal –la lucha del capital contra la vida–. Hemos descubierto una nueva potencia a partir de la visibilización y valorización del ámbito de la reproducción social, para que no sea más “eso que estamos obligadas a hacer las mujeres”, sino una tarea reconocida y esencial que forma parte del núcleo central de la vida humana. Porque en el camino de nuestra liberación hemos descubierto que llevamos la semilla de un mundo nuevo. Pero hoy no estamos hablando mayoritariamente de cómo cambiar la sociedad, sino de cómo proteger a las mujeres –a las que algunas quieren representar como siempre en amenazadas–. (De hecho otra tarea es recolectar con la potencia de un feminismo que representa la sexualidad como un ámbito de disfrute y alegría –como hizo el feminismo de los 70–, no solo de peligro.)

¿Serán estas sex wars y sus reclamaciones identitarias el canto del cisne de esta última ola y su potencia de transformación como lo fueron a finales de los 70?

3.Por un feminismo que defienda la democracia radical 

La derecha y la extrema derecha está defendiendo su programa antisocial haciendo bandera de la “libertad”. Mientras, desde algunos espacios del feminismo se piden prohibiciones: se hacen escarches a charlas o se pide censurarlas, se quiere penalizar el consumo de prostitución –incluso el porno–, se pretenden impedir conciertos o se persiguen a determinados cantantes, humoristas, cineastas… Signo quizás de nuestra impotencia para transformar la vida, se persigue el cambio cultural por la fuerza en una sociedad que es plural y compleja. Progresivamente, cierta “izquierda” se parece más en argumentos o formas discursivas, maneras y hasta objetivos a la extrema derecha pujante.

Nos olvidamos así de la larga asociación entre las tradiciones emancipatorias y la defensa de la democracia radical –como se dio en la historia del movimiento obrero y del movimiento de mujeres–. Los derechos y libertades civiles forman parte –y son imprescindibles– para las luchas por los derechos económicos. Necesitamos un feminismo que reivindique la profundización de la democracia y abra espacios de pensamiento y de palabra donde sea posible discutir entre nosotras, de todo, con respeto.

4.Por un feminismo no punitivo. No alimentar a la bestia

Otro de los retos fundamentales que se abren es en relación al sistema penal. El proceso de La Manada puso sobre el tapete sus deficiencias respecto a la protección de las mujeres que han sufrido violaciones y la odisea que tiene que atravesar donde se incluye su revictimización o la vigilancia sobre sus vidas para que encajen el papel de “buena” víctima. Ante las presiones del movimiento feminista, el nuevo gobierno está trabajando en una reforma del Código Penal para adecuarlo a la nueva sensibilidad social que se ha fraguado. ¿Implicará esto un aumento de penas directa o indirectamente?

La sentencia de la Arandina a 38 años de prisión se ha vivido por algunas como una victoria, pero sabemos que penas más altas no protegerán a las mujeres –la encarcelación ni en general es disuasoria, ni cambia a los agresores ni frena la violencia–. De hecho, el debate sobre las penas no debería ser el central porque estamos hablando de un problema muy complejo que requiere medidas muy diferentes. ¿Qué podría ser una justicia feminista? ¿Es una que pone el énfasis en el castigo o en la reparación y la autonomía de la víctima? Los debates ya ha comenzado y para muchas implica un cuestionamiento radical del propio sistema penal –utilizado hoy para la gestión represiva de los propios problemas que causa el neoliberalismo–. Cualquier recorte de libertades o reforzamiento del Estado penal además, es susceptible de volverse en nuestra contra.

Lo cierto es que el populismo punitivo –la demanda de más penas o la tendencia a la solución de los problemas que genera el sistema económico y social a través del Código Penal– es un lugar donde sin pretenderlo podemos encontrarnos con la ultraderecha. El discurso de Vox de “defender a las mujeres” es funcional a la legitimación de su apoyo a la prisión perpetua o incluso a la criminalización de los migrantes. Tenemos aquí pendiente una tarea de deslindamiento: no en nuestro nombre.

5. La disputa por el sentido del feminismo: Por un feminismo de clase 

Estos años, en los espacios de base del movimiento se han encontrado trabajadoras domésticas, kellys, trans, migrantes y racializadas y de esa amalgama han salido programas con potentes propuestas y reinvindicaciones. Propuestas que ponen en el centro la capacidad transformadora del feminismo y que inciden en el desarrollo medidas que tienen que ver con la división sexual del trabajo y con el aterrizaje de propuestas y reflexiones sobre las tareas de reproducción social, como hemos dicho, el eje material más importante del feminismo.

Sin embargo, en los medios tienen más espacio las medidas relacionadas con los problemas de la clase media –por la propia composición periodistas, y por cómo se configura la esfera pública –quién tiene acceso–. Así aparecen representadas las demandas de un feminismo cuya aspiración es romper techos de cristal –el que pide cuotas en los consejos de administración–. Se ha generado un cierto sentido común de que hay que encontrar hueco para las mujeres en los lugares del poder. El feminismo de Botín propone conseguir la igualdad de género dentro de cada estrato social –pero mantener la sociedad estratificada–.

No es casualidad que una de las luchas centrales hoy sea el de las trabajadoras domésticas: porque se basa en mano de obra migrante, y sin todos los derechos –barata, explotable–. Esta es la solución que se le ha dado a la crisis de cuidados en nuestro país. Por tanto, tenemos que seguir hablando desde un feminismo de clase y antiracista: dando la batalla por el sentido de la “igualdad” –no hay liberación a costa de explotar a otras–. Pero hoy el feminismo está discutiendo otras cuestiones “culturales” más candentes que parecen despertar mejor las pasiones. ¿A quién interesa un feminismo que no pretenda cambiar la sociedad?

6.Construir organización 

Para transformar la sociedad no bastan las buenas ideas y los discursos acertados, no es suficiente con tener razón, hace falta fuerza social. Esto se consigue con un movimiento feminista con capacidad de agregación, –no necesariamente unificado– que posicione demandas –otra cuestión es si se dan las condiciones para debatir con la máxima pluralidad posible cuáles deberían ser estas prioridades–. Un movimiento diverso que rete las actuales formas de organización social, tensione los discursos mediáticos, y también genere una cultura propia.

La cuestión de la organización es central en toda política, pero estamos en tiempos donde los compromisos son débiles y donde es difícil que las formas de agregación permanezcan. ¿Podemos aprovechar la capacidad de politización del feminismo al hablar a partir de lo que nos atraviesa para generar nuevas formas de articulación? El ideal sería que cuajen múltiples organizaciones de base que tramen una red de ayuda mutua, que se compongan para actuar como contrapoderes de lo instituido y para impulsar esos conflictos necesarios para avanzar. El feminismo debería permear también –ya lo está haciendo– las luchas que se están dando en muchos frentes –pensiones, vivienda, trabajo, etc.– y estas luchas deberían formar parte del movimiento feminista.

Por último, cambiar la sociedad no es un proyecto de unas pocas, ni siquiera de la mitad. Si tenemos un proyecto con capacidad de mejorar la vida de todos y todas, quizás deberíamos empezar a reconocer que los hombres –y los que no se reconocen en el binarismo de género– deberían formar parte también de esta lucha.