
Publicado originalmente en Ctxt el 4/12/2018
Ya está aquí. Las elecciones andaluzas han confirmado lo que muchas no queríamos creer: la excepción española se termina y la extrema derecha empieza a ganar terreno en España. Decimos a menudo que el feminismo puede ser un dique de contención contra el neofascismo, y según las encuestas previas, la mayoría de votantes de Vox son hombres (el 72%). Pero quizás no es suficiente para sacarnos de encima sus garras. Sabemos que aunque no ganen elecciones su escaso peso relativo les puede dar relevancia en un posible gobierno de derechas y que el hecho de tener representantes les proporciona un altavoz. Un altavoz que al ser usado sin cortapisas desplaza algunos campos del discurso público hacia la derecha y más allá, como sucede con el tema de los inmigrantes. Pero ¿qué pasa con el feminismo? ¿Por qué es también uno de sus principales enemigos?
El partido de “la envejecida clase media masculina” apela a los valores tradicionales como amarre ante la indeterminación de esta sociedad compleja, cada vez más fragmentada. Hoy, los valores que uno puede asumir para regir su comportamiento, se multiplican. Frente a la incertidumbre, donde la sociedad se disgrega –y donde la clase media se mira en el abismo de su decadencia– Vox encarna una política de la nostalgia. Del pasado que no fue nos trae la promesa de volver a una sociedad meritocrática, donde uno sepa a qué atenerse, y reciba cada quien lo que le pertenece. Vox habla de un sueño de integración social a través del Estado. Así, ofrece estabilidad en una comunidad de carácter nacional, que dicen puede volver a garantizar el futuro –con tal de que se mire en un supuesto pasado glorioso–. ¿Reconquista? ¿La gran nación española?
Ante la indeterminación económica, Vox propone una España “unida” para los españoles –y un Estado libre de corrupción–. Ante la movilidad humana que caracteriza nuestro tiempo –y todos en realidad–, Vox ofrece fronteras reforzadas por muros. Ante los cambios en las formas de vida, las modalidades plurales de familias y modos de amar, Vox quiere detener la evolución de las relaciones entre los géneros; parar el reloj y darle la vuelta a la manecilla en sentido contrario. “Crisis de valores”, dicen en su programa, los valores que debemos volver a asumir “para solucionar los múltiples problemas que asolan a España”. Uno de los primeros: la revuelta feminista.
Tradicionalmente el eje principal alrededor del que se han configurado las diferencias de género ha sido la posición social de las mujeres como reproductoras. Es decir, su posición subordinada dentro del hogar –que se reflejaba en el espacio público del que se las borraba–. Durante la industrialización, al obrero o campesino sujeto a la férrea disciplina de la fábrica o del campo se le recompensaba con un orden de dominio en la casa, sobre la mujer, y con un cierto bienestar basado en los cuidados gratuitos que estas proporcionaban. Eso aquí no existe más, o lo que existe está centrifugado por la revuelta femenina desde los 60. Si el ser varón significaba construirse sobre ese dominio, la propia masculinidad hoy está en entredicho. Una incertidumbre epocal más. (Una incertidumbre que según muchas feministas, como Rita Laura Segato, se transforma en más violencia contra las mujeres. Las mujeres ya no encajamos en ese molde, los hombres aferrados a ese pasado que no es más, se rebelan con violencia.) Abascal a caballo, armado con una Smith & Wesson encarna a ese hombre del pasado que ya no existe pero que lucha por seguir existiendo; a su revuelta, la llamamos hoy “neofascismo”.
La familia es por tanto algo que debe de ser preservado, la familia tradicional que garantizaba el orden de género. “La familia preexiste al Estado”, dice Vox. Eso se materializa en medidas para intentar frenar los divorcios –incluso en el caso de violencia machista ellos quieren obligar a recurrir a mediación–. También en la lucha contra el derecho al aborto o contra los matrimonios del mismo sexo y con la propuesta de políticas natalistas y maternalistas que coinciden de manera inquietante con las de una parte del feminismo –aunque evidentemente el objetivo no sea el mismo–. (Para Vox el crecimiento de la natalidad de las españolas garantiza que podamos frenar la “invasión” de extranjeros y que la mujer recupere su rol ya caduco.)
Un nosotros
El masculinismo de Abascal se expresa en su tono agresivo y faltón –y en la exhibición y defensa de la caza y la tauromaquia como formas expresivas de esa masculinidad–. Se materializa también en la confrontación contra los progres, y su corrección política: “esa legión de ofendiditos…”, dice. ¿Un Queipo de Llano contenido para encajar en el S.XXI? El neofascismo se ha tenido que mover de los viejos parámetros para concordar con la evolución de la sociedad. Sus argumentos pueden ser comprados perfectamente por gente cercana: nuestros vecinos y familiares. No son monstruos. El papel de regalo está bien diseñado y no todos los argumentos pueden ser entendidos como reaccionarios sin deconstruirlos pacientemente. Muchos votantes de Vox no se consideran machistas ni están orgullosos de serlo.
Antifeminismo militante
Ellos también han recuperado la expresión “ideología de género” de los manuales ultras católicos. En realidad significa negar que el género es una construcción sociocultural y no una realidad natural. Si el sexo no implica una forma de ser “natural” ni una posición social, ¿cómo comportarnos? Otro abismo en el que mirarse. Para Vox el feminismo no ha sido provocado por una reacción de las mujeres ante su posición subordinada en la sociedad, hay un “yihadismo de género”, un “hembrismo” que quiere privilegios y que “persigue a la mitad de la población”. Es el reflejo de la visión que tienen las opciones de ultraderecha de la sociedad como pueblo de la nación: en ellas no hay conflictos sociales entre grupos salvo las que se libran contra la inmigración –“los otros”–. Las clases, como los géneros, son complementarias y la diferencia de “sexos” es armónica –no necesita “corrección”–. Se aplaude la diferencia, pero esta es inmutable: cada uno en su lugar.
Por supuesto, la violencia de género no existe –es un invento feminista y por eso hay que acabar con la ley en vigor–. Solo existe la violencia en general, en la familia, o la que ejercen los migrantes sobre “nuestras” mujeres. Ellos sí, son culpables de la violencia machista, sobre todo los musulmanes con sus extrañas costumbres. (Estos argumentos sí entroncan con los de la ultraderecha europea renovada.)
El feminismo, una amenaza
El feminismo amenaza la identidad masculina retrógrada –al machismo recalcitrante–, pero su potencia disruptiva más fuerte en realidad se encuentra en el hecho de que propone otro tipo de sociedad. Una donde el vínculo social no esté basado en relaciones jerárquicas ni en visiones tradicionales de la familia o del hecho religioso. Esta es la verdadera amenaza para las derechas cavernícolas. El feminismo más radical pide reorganizar toda la sociedad sobre bases nuevas: en torno al cuidado, es decir, a partir de las relaciones de interdependencia que constituyen lo social. Como dice la filósofa María Fernanda Rodríguez, este feminismo tiene la potencia de generar lazo social a partir de politizar la vulnerabilidad. “El masculinismo es consustancial a la ideología neoliberal y al mercado”. Una ideología que se adapta bien a los neofascismos existentes –véase Trump o Bolsonaro–, donde la idea de lo masculino –como universal sobre el que se ha articulado la organización social– encarna la autonomía e independencia absolutas e inexistentes en la realidad. Hay que culpabilizar a la gente por no adaptarse al mercado, por no ser completamente autosuficientes. Si te echan de tu casa ¿por qué firmaste una hipoteca? Si hay crisis de deuda, ¿acaso no es porque vivimos por encima de nuestras posibilidades?
Ese feminismo con potencial transformador implica ser conscientes de que reconstruir ese lazo social pasa por generar un común con los que se dicen “sobrantes”: los migrantes, los excluidos, los parados… El movimiento feminista acarrea esa semilla: la posibilidad de transformar la subjetividad neoliberal –esa ficción de seres completamente autónomos y autosuficientes–, y de generar sociedad o contra sociedades, espacios colectivos y de ayuda mútua que puedan reconstruir de nuevo el lazo social cuya destrucción impulsa a los fantasmas del fascismo.
La respuesta para la sociedad y para todos nosotros está en el futuro, no en el pasado.